El último día del otoño
Amanecía mal aquella fría mañana. Sabía que las cosas seguían igual que siempre. A Anna le costaba cada día más levantarse y empezar la monótona rutina de la que siempre quería escapar. A veces sentía que todo tenía demasiada calma, a veces, que necesitaba tranquilidad. Ciclotímica por excelencia, iba y venía con lo que sentía. Y así era con todo.
Su único escape al mundo era ÉL, era lo único que la hacía sentir que las cosas podían perder su molde, que podían ser especiales. Ya convertido en una imagen recurrente en la cabeza de Anna, iba tomando el control de su vida. Pero era solo eso, solo una imagen bonita. Porque la realidad golpeaba a Anna día a día mostrándole que la vida no era como ella la dibujaba. Y ella estaba de este lado del mar, donde las cosas pueden no ser como se quieren, mirando de lejos la orilla que está al otro lado, donde lo que se desea se convierte en realidad.
Anna se sentía incomprendida, por el resto, por ella misma, muy sola, demasiado acompañada, no se entendía. Le resultaba prácticamente imposible expresar lo que sentía por Él, no encontraba la manera, tenía miedo de hacerlo; pero esa imagen bonita iba creciendo de forma que invadía todo su cuerpo. Y si bien esto la asustaba, le gustaba la idea de evadirse de todo, de todos, por Él.
Sin embargo, Anna estaba perdida. Perdida en un mar de sentimientos contrapuestos, felicidad, miedo, esperanza, decepción, confusión, miedo otra vez, vergüenza también, porque sabía que Él no podía ser lo que ella deseaba, que para ella, se había transformado en algo más.
Sabía que era para ella, pero muchas cosas los separaban, había muchos obstáculos en aquel camino. Obstáculos que hacían volver a Anna de aquella lejana orilla a la suya, a la de la realidad cotidiana de siempre, golpeándola donde más le dolía: EL NO ES SUYO.
Y ahí estaba ella aquella fría mañana del último día del otoño, sin querer levantarse a enfrentar el mundo que la agobiaba. Sin embargo, algo rompió con su rutina aquel día. Una visita suya. Qué más podía pretender, el simple hecho de verlo ya le significaba paz. Su presencia junto a ella silenciaba todo alrededor.
Anna sintió el impulso de expresarle todo, todo lo que escondía dificultosamente dentro de sí, pero no podía, no se atrevía a dar ese gigantesco y peligroso paso, podía perderlo para siempre. La realidad obstaculizaba su deseo de demostrarle todo.
Su jardín se veía particularmente hermoso ese día, y ellos estaban allí disfrutando de la tarde acurrucados en el pasto, mirando el sol y las nubes. Anna sabía que no podía haber mejor momento para desenmascarar sus sentimientos, pero Él la enmudecía. Poco a poco iba sintiendo cómo su cara inconscientemente se acercaba a la de Él. De pronto pudo ver cómo la antes lejana orilla de lo que deseaba se estaba acercando lentamente. Podía oír su tranquila respiración, podía respirarla, pero no se atrevía a dar aquel paso, sabía que un abismo separaba el futuro que ella deseaba del que la esperaba. Y todo dependía de ese paso. Ya podía sentir su piel con los labios, pero estaba paralizada, sabía que hasta allí llegaría. Su ciclotimia se le volvía en contra a cada segundo que pasaba, no sabía qué hacer.
En ese preciso momento, en el que el corazón de Anna palpitaba peligrosamente rápido, Él la miró a los ojos durante unos eternos tres segundos y la besó. Todo el jardín se silenció repentinamente. El mundo monótono que Anna tanto odiaba desapareció al instante. Ya nada importaba.
Ya no era necesario expresar nada, desenmascarar nada, Él había comprendido todo desde el momento en el que ella había comenzado a acercarse a Él.
El profundo silencio que había inundado todo desapareció luego de lo que Anna podría haber definido como los cinco segundos que más había soñado; en su lugar, su cabeza volvió a ponerse en funcionamiento y a convertirse en un enjambre de sensaciones y pensamientos que hacían mucho ruido dentro de ella.
Sin embargo, luego de un infinito instante, fueron sus palabras las que sacudieron tan fuerte a Anna que la hicieron precipitarse nuevamente contra la realidad: YO NO PUEDO…Y esa frase hizo un gran eco dentro de su cabeza. “Yo no puedo”, ella ya lo sabía, siempre lo supo. Sabía que Él no podía ser suyo, que era un simple producto de su fantasía. Pero en aquel momento decidió dejar estos pensamientos a un lado y entregarse al deseo de su corazón. Hasta que Él se lo recordó.
Se miraron, sus ojos decían más de lo que pudieron haber expresado con mil palabras. Ella se sentía demasiado confundida y avergonzada para siquiera abrir la boca, Él no sabía qué más decir. Pero el sentimiento de culpa era mutuo: Él estaba comprometido con una muchacha porteña y acababa de darle un beso a quien, hasta hacía un par de minutos, era su mejor amiga.
“Yo no puedo” repitió, pero en sus ojos se leía claramente “pero quiero”. No hubo muchas más palabras entre Él y Anna ese día. Sabían que eso no se podía volver a repetir, la realidad de Él los separaba, y ella ya estaba nuevamente del otro lado del mar, en donde no todo es un cuento de hadas.
No podía explicar exactamente qué fue lo que lo impulsó a Él a animarse a lo que ella no había sido capaz. Ese pensamiento, junto con un millón más, absorbió a Anna por días, semanas. No se atrevía a averiguarlo, pero ese día, fuera por el motivo que haya sido, definitivamente rompía con la monotonía de su vida. No se apartaba ni un instante de su mente la idea de que todo había cambiado con Él.
Sin embargo, así como lo habían pactado ese mismo día, no se volvió a repetir nada similar entre ellos. El último día del otoño había sido enterrado entre sus recuerdos más secretos, resurgiendo fuertemente cada vez que sus ojos se encontraban en una mirada.
Anna sabía que no podría esperar que ese imborrable momento se repitiera, le dolía saberlo, a veces se consumía pensando en ello; pero tenía en claro que si era así, era por el simple motivo de que su destino juntos tenía difíciles obstáculos que no dependía solamente de ella superarlos.
Su vida siguió como siempre, la misma rutina tan conocida por Anna siguió su rumbo. Pero ella sabía que cierto día del fin del otoño, el mundo estructurado que la rodeaba había desaparecido, aunque fuera por unos instantes. Y nada parecía decir que no volvería a pasar en algún momento.-
Stefanía Salamone, osea yo :)